No es que tu Facebook no le aporte nada a tu vida, es que tus amigos no le aportan nada a tu Facebook 

Critiquemos a Facebook –todos– por sus faltas a la privacidad; por mercadear nuestra información; por ser más una red de consumo, mercadeo y propaganda que una red social; por lucrarse del contenido de los creadores sin retribuirles un solo centavo por su material. Por censurar contenido bajo un criterio moral totalmente aleatorio y definido por quién sabe quién. Eliminemos este Facebook, todos juntos, y mañana estará Suckmember en la quiebra. 

Pero déjame compartirte una reflexión. Criticar a tus amigos por sus hábitos es deplorable. 

Asumiendo que en tus redes están tus amigos reales, familiares, contactos labores, admiradores y admirados, tenemos una hermosa solución a un par de clics: Cambiemos de amigos, cambiemos de entorno laboral, cambiemos a la familia. 

Cambiemos de abuela que postea 36 oraciones que no sabe quién escribió, que pone fotos de la virgen del Carmen en 17 poses, cambiémosla porque en su formación y vivencia probablemente estos símbolos le ayudaron a pertenecer socialmente y hoy tiene una herramienta que le permite expresarlo. 

Cambiemos al amigo de las fotos feas, tal vez no tuvo una formación artística o no nació con la exquisitez del buen gusto visual, o peor aún cambiémoslo porque su teléfono es de 2 megapixeles y sus fotos no se ven como las del iPhone 14.

Cambiemos a la compañera de oficina que se toma 36 ‘selfies’ poniendo la misma cara, cambiémosla porque no sabemos qué batalla en su interior, no sabemos cuánta paz le da recibir un poco de aceptación digital, tal vez paz que nunca haya tenido en la vida real, cambiémosla porque tal vez se siente hermosa dentro de ella misma aunque no sea la hermosura que nosotros quisiéramos encontrar cuando entramos aquí.

Cambiemos a ese vecino que escribe con horrores de orto-grafía. Es vergonzante tener a alguien que posiblemente no tuvo acceso a la mejor educación, al entorno familiar más aportante o simplemente su cerebro vino con esa deficiencia de fábrica. Cambiémoslo, qué horror esa gente que enfeece la pantalla de mi iMac.

Bloqueemos para siempre a ese amigo superficial que sube las fotos de su paseo al río como si hubiese estado en Dubai ¡qué feo río! y en 24 fotos es 24 veces más feo. Tan feo que no nos deja ver cuánta felicidad trata de contarnos con su experiencia. 

Borremos al que se fue para New York y necesita demostrárnoslo en Faceboook, no sabemos cuántas veces ha sido discriminado por su “falta de mundo” y hoy lo tiene. Qué oso celebrárselo, porque yo ya estuve ahí.

Dejemos de seguir al que se la pasa de rumba en rumba, tal vez sienta que la pasa mejor en sus fiestas si todos nos enteramos. Es posible que adentro le duela que en algún momento fue esa persona que nunca lo invitaban a nada y hoy contarnos que ya no lo es, le llene un poco su vacío. Gas ayudarle a llenar ese vacío que yo no tengo.

Eliminemos también al que nació con el gusto musical desajustado, ese primo que le dice música a ese reguetón sexualizado, degradante e inmoral. Que publica canciones que no satisface nuestra exquisitez musical, profunda y trascendental. Ese no puede tratar de establecer un espacio en la sociedad y construir una identidad a la cual pertenecer porque su gusto es inferior al nuestro.  Bloqueémoslo y critiquemos también de una vez al amigo que le gusta Arjona porque ese ser es menos evolucionado que las posibilidades de mi oído musical.

Y por último, eliminémonos a nosotros mismos, esos incapaces de aceptar al otro como es, que nos avergonzamos de su inferioridad moral, intelectual, cultural, física o social sin importar cuál sea su origen o su causa. En cualquier caso, Facebook no será la solución, pero metería las manos al fuego para garantizarles que Facebook tampoco es la causa. Es mucho más profundo el asunto. 

Querámonos más, y redes sociales saludables sí son posibles a medida que la sociedad sea más saludable. Perdón por extenderme, tal vez porque me duela ser uno de esos no perfectos de los que deben avergonzarse. 

Elimínenme a mí de primero. 

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